texto por: Sofía Torres
Llegamos y resulta que una mamá pigeon se había instalado antes en nuestro departamento con dos futuros miembros. Y qué, pues debíamos esperar que la naturaleza los preparara para salir del huevo, crecer y dejar el nido. Mientas tanto nosotros con una ventana menos en la sala.
Lo curioso es que me acostumbré a su presencia y ellos a la mía. En la mañana los miraba para ver si estaban más grises y menos amarillos, y en las tardes ellos se asomaban para ver lo que hacía en la cocina. Tanto nos acostumbramos que ahora sin cucurrucucu necesito la radio para llenar el silencio.
Lo peor es que se fueron sin adiós, sin nota de despedida, sin última mirada. Se fueron dejando una ventana asquerosa, ni un gracias, y ya. Me sentí algo así como si ya no pudiera vomitar conejitos, aunque nunca haya podido.
La ventana está limpia y no hay más cucurrucucu en el desayuno. Se me acabó la ventana al ciclo vital.
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