El hombre miraba con codicia el asiento vacío, creyó escuchar que este lo llamaba y sus piernas agotadas por las "ocho" horas de jornada laboral se iban dejando seducir. El maletín se mecía con el ritmo del vehículo (arranca - parada - arranca), y aún cuando su cuerpo imploraba una brevísima tregua sin más maltrato, el fantasma quo y la societé modales dejaron vacío el lugar.
Porque las damas ya no son entes débiles necesitados de un asiento, porque los caballeros aún son caballeros y porque el orgullo y los estereotipos pueden más.
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