texto por: Sofía Torres
T'as atteint un point auquel t'y as tellement réfléchi que plus rien ne semble réel.
Tout n'est plus qu'une hypothèse
Thèse
Antithèse
Ton image à toi est tellement floue et tous les autres ne sont plus que des caricatures faites de paranoïa et rêve.
Et toi t'y penses encore tellement, jusqu'au point de douter de si la petite étincelle n'était qu'une illusion et qu'en fait t'es encore quelque part en train de mourir de froid alors que tu as si peur du feu.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
domingo, 16 de noviembre de 2014
Café Müller – Norbert Servos
(traducción por Sofía Torres)
Alrededor de un mes después del estreno del Proyecto
Macbeth (Il la prend par
la main et l’emmène au château, les autres suivent)
en Bochum el 22 de abril de 1978, el Tanztheater (danza-teatro) de Wuppertal
crea una velada en cuatro partes bajo el título de Café Müller. Por primera vez
desde el espectáculo de Kurt Jooss La Grande Ville (temporada 1974/75), otros
coreógrafos son invitados a participar. Gerhard Bohner, Gigi-Georghe
Calciuleanu y Hans Pop, bailarín de la compañía, muestran sus nuevas creaciones
junto a Pina Bausch. Los cuatro trabajos fueron creados independientemente los
unos de los otros y no tienen ningún título específico, además del “Café
Müller” bajo el cuál están reagrupados.
La elección de ese título un poco
simple que no se compromete a nada corresponde a la idea de esta velada. Los
coreógrafos se habían extendido en un cuadro que les permitiría, en toda
libertad y en función del contenido de su coreografía, combinar diferentes
puntos de referencia. Se pusieron de acuerdo sobre los elementos siguientes:
una sala de café, la oscuridad, cuatro personas, alguien que espera, alguien
que cae y se levanta, la llegada de una muchacha pelirroja, el silencio que se
hace.
La contribución de Pina Bausch, una
creación de media hora, fue muy personal. En una síntesis de su trabajo
coreográfico se encuentran antiguas formas de danza que hacen eco a las óperas
de Gluck, y el nuevo teatro de movimientos que desarrolla desde la creación de
su velada consagrada a Bertolt Brecht y Kurt Weill. Parece natural que Pina
Bausch baile ella misma en esta creación, cosa que no había hecho desde Yvonne en 1974.
Al contrario de las cuatro últimas
piezas, la música no es modificada ni editada. Los dos arias femeninos, sacados
de The Fairy Queen y de Didon ed Énée de Henry Purcell, son
lamentos cuyos tema son: la ruptura amorosa, el dolor y la desesperación. Se
relaciona con el contenido de Café Müller:
la soledad, lo desconocido y el consuelo.
En escena, se ve una sala desnuda,
gris de suciedad, llena de mesas de café y una docena de sillas. Al fondo se encuentra
una puerta giratoria de vidrio. Dos bailarinas en vestido blanco y tres hombres
en terno oscuro se trazan un camino a través de ese caos de muebles, que no les
permite ni hacer grandes movimientos ni reagruparse. La falta de espacio los
obliga a concentrarse y a girar lentamente sobre sí mismos para avanzar.
Las sillas como en la obra de
teatro de Ionesco, son los signos de la ausencia y el bien sustitutivo del ser
humano. Ellas representan la vacuidad y la imposibilidad de comunicarse. Ahora,
constituyen obstáculos a la libertad de movimiento. Sin embargo, los bailarines
se lanzan a conquistar el espacio de la pieza, uno de ellos, víctima del
pánico, se pone a despejar el terreno, de modo que nadie se lastime al contacto
de las sillas y mesas. El ambiente es muy tendido. Nunca se sabe cuando un
actor va a precipitarse al centro de la escena, y si el “decorador” improvisado
logrará a tiempo abrir camino para que los otros, ojos cerrados y perdidos en
sus pensamientos, puedan moverse sin golpearse o caer. En este café todo sucede
como en un sueño profundo, dónde una sola persona estaría despierta y tendría a
cargo la protección de los demás, víctima de un encanto. Este queda al acecho
sin que nadie lo remarque.
Las dos bailarinas se desplazan,
ojos cerrados, como sonámbulas, en un estado casi autista. Una de ellas avanza,
mientras la otra, en el fondo parece fundirse con la grisácea decoración. Unas
veces se mueven simultáneamente, otras sucesivamente. Se acarician el cuerpo
con las manos, se golpean contra los muros, se dejan deslizar, se desmoronan y
se apoyan como si buscaran un refugio. Mientras una de las mujeres se queda
casi refugiada en la penumbra del fondo, la otra intenta encontrar su camino en
la dirección que un hombre le propone. En una danza cercana del trance, entra
en contacto con uno de los otros hombres presentes en el café. Ambos se retienen
en un mismo movimiento, como si buscaran un apoyo mutuo, pero un tercer
individuo, en terno oscuro, deshace su abrazo y los separa. Continúan entonces a buscar ayuda. El hombre
en terno vuelve y los reúne. Coloca a la mujer en brazos del hombre. Este no
dice nada. Débil, ella se le escapa de las manos varias veces seguidas, después
de haber intentado tendiendo los brazos agarrarse de él. Finalmente él ya no le
presta atención y pasa encima de ella. El segundo hombre intenta reunirlos de
nuevo, enlazarlos, coloca de nuevo a la mujer en manos del bailarín, pero sin
éxito.
De repente, una mujer pelirroja
irrumpe por la puerta giratoria. Desaparece casi en su gran abrigo y trota
nerviosamente, con sus altos tacones, entre las sillas. Esta escena parece
molestarla. Después se acerca a los otros y busca entrar en contacto con ellos.
Pero ellos forman una sociedad tan cerrada que ella no lo logra. Así desilusionada,
se deshace de su abrigo y de su peluca y los entrega a la bailarina, relegada
en el fondo. Esta se los pone inmediatamente, mientras continua su danza
inconsciente. Los otros se retiran entonces de escena.
La incomunicabilidad, la
singularidad del otro y la incansable búsqueda de intimidad son temas que Pina
Bausch continúa tratando como en sus creaciones anteriores. Pero en Café Müller, reina también, puede ser
debido a los tristes arias de Purcell, una profunda melancolía. Dos mundos se
enfrentan: el uno “hechizado”, encarnado por las dos bailarinas y la pareja
separada sin cesar. El otro “normal”, bajo la máscara de la pelirroja extraviada
en la sala de este café perdido y desconcertada por los rituales y sus
sortilegios. Esta mujer es sin embargo la única que ve el “decorador”, la única
que sigue la vía que él ha trazado a través de las sillas pero también crear su
propio camino en este laberinto. Aunque los otros no se interesan más que por
ellos mismos, ella parece querer reclamar algo. Sus movimientos, contrarios a
los de los otros, son huellas del lenguaje gestual de situaciones cotidianas.
Su traje es provocativo. Su ritmo también es diferente. En efecto, mientras el
“decorador” empuja precipitadamente las sillas y las mesas a un lado y que las
bailarinas se desplazan casi en cámara lenta, la pelirroja, ella, se mueve
rápidamente pero sin exagerar. Sus tempos se entrelazan y se responden
perpetuamente.
Café
Müller cuenta historias de soledades, de restricciones,
pero también la búsqueda de otra danza, de otro teatro, cuya sola obligación no
sería representar en permanencia la bella apariencia de las cosas, sino liberar
la razón esencial de los sentimientos. El “decorador”, por ejemplo, ya no
trabajar en los bastidores: incluso crea en escena el espacio en el cuál pueden
después actuar los bailarines. No sirve la danza dándole una escenografía pero
le abre una vía. Es tal vez lo que sueñan las bailarinas, perdidas en su
soledad de sonámbulas.
Etiquetas:
danza,
Pina Bausch,
tanztheater,
traducción
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